Por: Eduardo López /
@ArikadoLopez
“El respeto es la
base del entendimiento entre los seres humanos; tenemos que aprender a respetar
para que los demás nos respeten.”
Estos últimos
meses, nuestro amado deporte se ha visto manchado, por enésima vez, por rasgos
y actitudes violentas en las tribunas de los estadios. Es curioso y a la vez
alarmante, como el deporte que, en esencia, es una herramienta de cohesión
social, de desarrollo físico y emocional, se convierta en el campo perfecto
para una sangrienta guerra en la que se defienden los colores o la playera del
equipo de nuestros amores, a sangre, sudor y lágrimas.
Pero, ¿realmente
está justificada esta “pasión desbordada” por un equipo de futbol?
Mi padre, en paz
descanse, fue un gran aficionado a los deportes. Chofer de una línea de tráilers
de transportes de alimentos a nivel nacional y jugador de béisbol amateur, la
casa siempre estuvo inundada de artículos deportivos y de historias y hazañas,
propias y ajenas, sobre el deporte.
Recuerdo
especialmente una grandiosa. “Llegué de viaje de la ciudad de México, directo
al estadio porque era sábado y había partido. Solo iba a ver a mis compañeros
y, probablemente, a tomarme unas cervezas. Cuando llegué al Dogout, el partido
estaba a punto de cancelarse porque nuestro equipo no tenía cátcher. Esa era mi
posición, de hecho era el titular, pero como estaría fuera, el que jugaría ese
día sería el suplente, el cual, nunca llegó al partido. Sin guante, sin el
equipo de protección y en botas, entré al campo a hablar con el cátcher rival,
para preguntarle si me prestaría su equipo. Aceptó y jugamos. Era
verdaderamente gracioso estar ahí, en el campo, con botas y no con tenis o
tacos. Al final, en la 8va. entrada, pegué un cuadrangular para ponernos
adelante y ganar el partido, en la siguiente entrara.”
Historias como
está, me hacían ver a mi padre como un héroe, y a los estadios, canchas,
gimnasios y demás como un lugar mítico, donde milagros ocurrían y los héroes se
alzaban por sus grandes hazañas. Esa idea perduró, hasta que fui a un partido
de verdad. Gritos, insultos y amenazas al árbitro, mentadas de madre al jugador
que fallaba en su labor dentro del campo. Y el culmen de esto, riña campal
entre aficionados de los equipos. Los héroes se convirtieron rápidamente en
villanos y el glorioso campo de juego, en una cruel remembranza de una zona de
guerra.
La pasión que se
desborda en un partido de futbol, tanto de jugadores, directivos y aficionados
es enorme. Cánticos e himnos de apoyo, mantas (aunque en nuestra “majestuosa”
liga estén prohíbas) con mensajes de apoyos, son parte de la escenografía y
soundtrack de este maravilloso espectáculo. Pero, basta un solo desorientado
que, en su afán de “apoyar” a su equipo, lance un insulto o grosería, ya sea al
jugador o equipo contrario, para que la belleza se transforme en horror.
Desde las broncas
dentro y fuera de los estadios de las barras de los equipos, hasta los insultos
y frases racistas o, en mi particular punto de vista, el estúpido grito que
tiene varios años resonando en los estadios al momento de que el portero se
dispone a despejar el balón (“¡Eeeeeeeeeeeeee, ***ooooooo!”), han creado en
nuestro futbol un ambiente hostil y violento que, espero y confía en que así
sea, no es lo que buscan los directivos de nuestra liga.
Lo peor de todo es
que es tan ridículo que mientras en el campo los jugadores de ambos equipos al término
del partido se saludan, abrazan e intercambian playeras, los aficionados se
insulten y griten, y lleguen a los golpes por “amor a la playera”.
Ya el futbol
internacional nos ha dado pruebas de que esta violencia, sino se ataca de
inmediato y se toman actitudes permisivas de parte de autoridades deportivas,
así como de autoridades civiles, puede desembocar en crimen, inclusive en
muerte. El futbol, y cualquier otro deporte, no valen más que una sola vida
humana.
En este momento,
nuestro futbol está en ese punto en el que se deben tomar acciones claras y
concretas para erradicar este problema de nuestras canchas y estadios. Pero, es
importante también que nosotros como aficionados, entendamos que la pasión por
el futbol no se demuestra con gritos, golpes, palabras altisonantes e insultos
hacia los demás, sino con el respeto al contrario, y con el apoyo incondicional
a nuestro equipo.
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Cortesía
de deportes.terra.com.mx
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Aún recuerdo al
inicio de este año, en el partido en la CopaMx
en el estadio Alfonso Lastras, cuando se enfrentaron en el terreno de
juego San Luis y Tigres. El partido tuvo que ser suspendido más de 40 minutos,
debido a que aficionados del San Luis iniciaron una trifulca contra aficionados
regios, mismos que tuvieron que bajar al campo para guarecerse de los
proyectiles y golpes con los que eran atacados. Lo peor y más triste de todo es
que en las tribunas había infinidad de padres de familia con sus hijos, los
cuales tuvieron que “volar” por la escalinata del estadio para poner a salvo a
sus pequeñines. Una imagen que no debería de verse nunca en un estadio de
futbol, cuando la sonrisa y felicidad de un niño en el estadio, se transforma
en llanto, hemos tocado el punto en el que se debe de poner un hasta aquí, y
encontrar solución inmediata a esta problemática.
Un caso que me
sorprendió de grata manera y me demuestra que es posible sanar esta enfermedad,
fue la actitud de los aficionados del Schalke 04, en su partido como locales
ante el Real Madrid. Con un equipo merengue muy superior al alemán, y con un
abultado marcador adverso de 6 – 1, aficionados teutones, al acabar el partido
elevaron en lo alto mantas y banderines con leyendas de apoyo y los colores de
su equipo, y entonaron cantos que demuestran el amor a sus colores, sin
importar el resultado del partido y aún con la decepción de, prácticamente,
estar eliminados de la UEFA Champions League. Sin insultos ni ataques a los
aficionados rivales. De admirarse.
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*Cortesía
de marca.com
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Ojalá nuestros
estadios, ciudades y deportes, en especial el futbol, pronto pueda librarse de
este cáncer en el que se ha convertido la violencia. Recordemos que, todos
somos humanos y como tales, el color de la sangre que corre por nuestras venas
es rojo. Fuera de eso, el color de nuestra piel, cabello y equipo deportivo, no
tiene la menor importancia.